HEMOS estudiado brevemente los objetivos que tenemos ante nosotros al tratar de reorientar la mente hacia el alma para, mediante esta unión, entrar en comunicación con un mundo más elevado del Ser. Tratamos de utilizar el equipo con que nos ha dotado una larga serie de experimentos y experiencias de vida. Si emprendemos la tarea desde el punto de vista del devoto místico o del aspirante intelectual, existen ciertos requisitos básicos que deben preceder a todo ejercicio definido.
Ahora consideraremos la situación y los procesos a que debemos ajustarnos si queremos alcanzar la meta. Sólo se indicarán los requisitos preliminares, pues son universalmente reconocidos y en parte los cumple todo principiante, de lo contrario no podría entrar en esa fase particular de la legendaria búsqueda de la verdad. Somos conscientes de la dualidad en nosotros mismos y de un estado de lucha entre los dos aspectos de los que estamos constituidos. Somos conscientes de un profundo descontento hacia toda la vida física y de nuestra incapacidad de captar y comprender la divina realidad que esperamos exista, pero es cuestión de fe y ansiamos estar seguros de ello. La vida de los sentidos no parece llevarnos muy allá en el camino hacia nuestra meta. Llevamos una existencia flexible, a veces impelidos por el elevado deseo hacia la maravillosa cumbre de la montaña, hasta alcanzar una vislumbre de la belleza, y luego somos arrojados al abismo de nuestro cotidiano medio ambiente, la naturaleza animal y el mundo caótico en que el destino nos ha colocado. Presentimos que hay algo cierto, pero nos elude; tratamos de alcanzar una meta que parece estar fuera de nosotros y evade nuestros más frenéticos esfuerzos; luchamos y peleamos y nos angustiamos para lograr una realización de la que los santos nos dan testimonio y que los Conocedores de la raza continuamente atestiguan. Si nuestra voluntad es bastante fuerte y nuestra determinación se arraiga en constante e indesviable perseverancia, y si se captan las antiguas reglas y fórmulas, podemos encarar nuestro problema desde un nuevo ángulo y utilizar nuestro equipo mental en vez de la aplicación emocional y el deseo febril.
Sin embargo, la actividad del corazón tiene su lugar, y Patanjali en sus bien conocidos Aforismos, que han guiado la empresa de cientos de Conocedores, dice que:
“Las prácticas que conducen a la unión con el alma son primero, ardiente aspiración, luego lectura espiritual y, por último, completa obediencia al Maestro.”
La palabra “aspiración” viene del latín “ad” y “spirare”; respirar, aspirar hacia, según el Diccionario Webster. La palabra “espíritu” viene de la misma raíz. Aspiración debe preceder a la inspiración. Debe haber una expiración del yo inferior, antes de haber una inspiración del aspecto superior. Desde el punto de vista del misticismo oriental, aspiración involucra la idea de fuego. Denota un deseo ardiente, y una fogosa determinación que finalmente hace tres cosas para el aspirante. Proyecta una viva luz sobre sus problemas, y constituye la hoguera purificadora donde el yo inferior debe penetrar a fin de consumir toda la escoria, y también destruye todos los entorpecimientos que podrían alejarlo. Esta misma idea del fuego aparece en todos los libros sobre misticismo cristiano, y en la Biblia se encuentran muchos pasajes similares. La voluntad de “cargar la cruz”, “entrar en el fuego”, “morir diariamente” (no importa qué simbología se emplee), es la característica del verdadero aspirante, y antes de poder continuar en el camino de la meditación y seguir los pasos de las miríadas de hijos de Dios que nos precedieron, debemos medir la profundidad y altura y prepararnos para la ardua ascensión y la fiera lucha… Empezamos con una comprensión emocional de nuestra meta, y de allí seguimos adelante a través del fuego de la disciplina, hacia las alturas de la certidumbre intelectual.
La significación del segundo requisito, lectura espiritual, también debe ser captada. La verdad es que el hombre capaz de pensar mejor y de controlar y utilizar su mecanismo de pensar, es quien domina más fácilmente la técnica de la meditación.
La oración es posible para todos; la meditación únicamente para el hombre mentalmente polarizado. Conviene hacer resaltar este punto, pues frecuentemente encuentra oposición cuando se lo expone. Todo hombre que esté dispuesto a sujetarse a una disciplina y a trasmutar la emoción en devoción espiritual, puede llegar a santo, y muchos se someten a ello. Pero todos los hombres no pueden aún ser conocedores, porque esto implica todo cuanto el santo ha alcanzado, más el uso del intelecto y el poder de cavilar hasta el conocimiento y la comprensión. El hombre que triunfa es el hombre que puede pensar, y que puede utilizar el sexto sentido, la mente, para producir ciertos resultados específicos.
… “lectura espiritual”… En realidad significa leer con los ojos del alma, con la visión interna alerta, para descubrir lo que se busca. Se comprende que las formas no son más que símbolos de una realidad interna o espiritual, y que lectura espiritual implica el desarrollo de la capacidad de “leer”, o ver el aspecto vida que la forma externa vela u oculta. Se observará que lo dicho se aplica tanto a la forma humana como a las formas de la naturaleza. Todas ellas velan un pensamiento divino, idea o verdad, y son manifestación tangible de un concepto divino. Cuando el hombre sabe esto empieza a leer espiritualmente, a ver debajo de la superficie, y así establece contacto con la idea que dio existencia a la forma. Gradualmente, a medida que se adquiere práctica, se llega al conocimiento de la Verdad y ya no engañan los aspectos ilusorios de la forma.
El tercer requisito es obediencia al Maestro. No es una servil atención a los mandatos de algún supuesto Instructor escondido, o Maestro, que actúa misteriosamente detrás de la escena, como pretenden tantas escuelas de esoterismo. Es mucho más sencillo. El Maestro real, que reclama nuestra atención y la consiguiente obediencia, es el Maestro en el Corazón, el Alma, el Cristo que mora internamente. Este Maestro primero hace sentir Su presencia por medio de la “voz tenue y queda” de la conciencia, impulsándonos a un vivir más elevado y menos egoísta, emitiendo una rápida advertencia cuando nos desviamos del estricto sendero de la rectitud. Luego es conocida como la Voz del Silencio… Después lo denominamos intuición despierta. Quien estudia meditación aprende a diferenciar con exactitud estos tres. Este requisito exige, por lo tanto, obediencia implícita, que el aspirante presta rápidamente a los impulsos superiores que puede registrar en todo momento y a cualquier precio. Cuando se presta obediencia a esto, desciende del alma un raudal de luz y conocimiento.
Estos tres factores —obediencia, búsqueda de la verdad, en todas las formas, y ardiente anhelo de liberación— son las tres partes de la etapa de aspiración, y deben preceder a la de la meditación. No es necesario expresarlas en su plenitud o extensión, sino incorporarlas a la vida como reglas prácticas de conducta. Conducen al desapego, una cualidad sobre la que se hace hincapié en Oriente y Occidente. Consiste en liberar al alma de la esclavitud de la vida de las formas, y subordinar la personalidad a los impulsos superiores.
Extraído de: “Del Intelecto a la Intuición”, Alice Ann Bailey.