Una Puerta al Futuro

“Nuestra única seguridad reside en que las puertas del futuro están siempre abiertas.”

Posiblemente el problema consiste en que los portales del porvenir se abren sobre un mundo inmaterial y un reino intangible, metafísico y supersensorio. Hemos agotado completamente los recursos del mundo material, pero no hemos aprendido aún a actuar en el mundo inmaterial, llegando a veces hasta negar su existencia. Encaramos la inevitable experiencia que llamamos muerte, sin embargo, no damos los pasos racionales para determinar si realmente existe una vida más allá. Los progresos de la evolución han producido una raza maravillosa, dotada de un mecanismo sensorio de respuesta y de una mente razonadora. Poseemos los rudimentos de un sentido denominado intuición, y así equipados permanecemos ante las puertas del porvenir y formulamos la pregunta: ¿A qué dedicaremos este mecanismo complejo que llamamos ser humano? ¿Hemos llegado a nuestro pleno desarrollo? ¿Existen aspectos de la vida que escaparon hasta ahora a nuestra atención, debido a que tenemos poderes latentes y capacidades que aún no comprendemos? ¿Es posible que estemos ciegos a un vasto mundo de vida y belleza, con leyes y fenómenos propios? Los místicos, los videntes y los pensadores de todas las épocas y de ambos hemisferios, han afirmado que tal mundo existe.

Con su equipo, que podríamos llamar personalidad, el hombre tiene un pasado, un presente caótico y un porvenir imposible de vislumbrar. No puede permanecer estático; debe avanzar. Vastas organizaciones pedagógicas, filosóficas, científicas y religiosas, se esfuerzan al máximo para indicar el camino a seguir y ofrecer una solución a su problema.

Lo estático y cristalizado se desmorona finalmente, y donde cesa el crecimiento se producen anormalidades y retrocesos. Alguien ha dicho que debemos evitar el peligro de la “personalidad desintegrada”. Si la humanidad no constituye una potencialidad, si el hombre ha llegado al cenit y no puede ir más allá, deberá reconocerlo y procurar, en lo posible, que su decadencia y caída sean fáciles y hermosas. Resulta alentador observar que ya en 1850 llegaron a percibirse vagamente los difusos contornos del portal que da entrada a una nueva era, y los pensadores de esa época demostraron gran preocupación por que el hombre aprendiera la lección y siguiera adelante. Lean las palabras de Carlyle y observen qué apropiadas son para la época actual:

“Hasta los tontos se detienen a preguntar qué significa la época que estamos pasando; pocas generaciones han tenido días tan impresionantes. Días de interminables calamidades, derrumbes, desorganizaciones, dislocamientos y confusiones cada vez peores…Necesitamos algo más que una esperanza, pues la rutina… es universal. Debe haber un nuevo mundo si queremos que exista el mundo. Es muy remota la esperanza de que los seres humanos de Europa vuelvan a la antigua y penosa rutina, para seguir adelante constante y firmemente. Estos días de mortandad universal deberán ser de renacimiento universal, para que la ruina no sea total ni definitiva. Ha llegado el momento de que el más torpe se preocupe por saber de dónde viene y hacia dónde va.”

… en momentos de nuevas crisis, podemos seguir adelante con optimismo y verdadero valor, pues los portales de la nueva era se perciben con mayor claridad que antes. Quizás sea verdad que el hombre recién está llegando a su mayoría de edad, y en vísperas de entrar en posesión de su herencia descubra dentro de sí mismo poderes, aptitudes, facultades y tendencias que garantizan una madurez útil, vital y una vida eterna. Estamos finalizando la etapa en que dimos gran importancia al mecanismo y al conjunto de células que constituyen el cuerpo y el cerebro, con su reacción automática al placer, dolor y pensamiento. Sabemos mucho acerca del Hombre, la máquina. Hemos contraído una gran deuda con la escuela mecanicista de sicología, por sus descubrimientos sobre el mecanismo por el cual el ser humano se pone en contacto con su medio ambiente. Pero hay hombres entre nosotros que no son meras máquinas, lo que nos concede el derecho de medir nuestras máximas aptitudes y grandeza en potencia, comparándolas con lo que han realizado los más grandes hombres, los cuales no son “rarezas” del capricho divino ni de los ciegos impulsos evolutivos, sino la garantía de la realización final del conjunto.

Irving Babbitt hace observar en su libro que hay algo en la naturaleza del hombre “que lo diferencia, simplemente como hombre, de otros animales”, y a ese algo lo define Cicerón como “sentido del orden, del decoro y de la mesura en los hechos y las palabras”. Babbitt añade (y esto es algo digno de observarse) que “el mundo habría sido un mejor lugar si más personas se hubieran asegurado de que eran humanos antes de tratar de ser superhumanos”. Probablemente existe una etapa intermedia donde actuamos como hombres, mantenemos relaciones humanas y desempeñamos nuestras debidas obligaciones, cumpliendo de esta manera nuestro temporario destino…

Los místicos han aparecido en el trascurso de las épocas y al unísono han proclamado: Hay otro reino en la naturaleza. Este reino tiene sus propias leyes, sus propios fenómenos y sus propias relaciones íntimas. Es el reino del espíritu. Lo hemos descubierto y todos pueden comprobar su naturaleza. Estos testigos forman dos grupos; uno, de buscadores puramente místicos y emotivos, quienes al percibir la visión caen en un rapto de iluminación ante la belleza presentida; el otro, de conocedores, que añaden al rapto emotivo la realización intelectual (orientación de la mente), permitiéndoles hacer algo más que presentir y gozar. Comprenden, conocen y se han identificado con ese nuevo mundo del ser al que aspira el místico puro. La línea demarcatoria, entre los conocedores de las cosas divinas y quienes perciben la visión, es muy tenue.

No obstante, entre ambos grupos hay una tierra de nadie donde tiene lugar una gran transición. Se establece un intervalo entre la experiencia y el desarrollo, donde el místico visionario se trasforma en conocedor práctico. Hay un proceso y técnica a los que el místico se somete a fin de coordinar y desarrollar en él un nuevo y sutil mecanismo, por medio del cual ya no ve la visión de la realidad divina sino que sabe que él mismo es esa realidad misma. La técnica de la meditación tiene que ver con el proceso de transición y con la tarea de educar al místico. Este libro se ocupa de esa técnica.

Del Intelecto a la Intuición”, Alice Ann Bailey.