La antigua ciencia de la meditación, “el camino soberano de la unión”, como se lo ha denominado, podría también llamarse ciencia de la coordinación. Mediante el proceso evolutivo, ya aprendimos a coordinar la naturaleza emocional sensoria y de deseo y el cuerpo físico, lográndolo a tal grado que estos estados son automáticos y a veces irresistibles; el cuerpo físico es ahora simplemente un autómata, la criatura del deseo, superior o inferior, bueno o malo, según el caso. Muchos están ahora coordinando la mente con estos dos, y, mediante los difundidos sistemas educativos actuales, estamos soldando en una unidad coherente esa totalidad que constituye un ser humano: la naturaleza mental, emocional y física. Mediante la concentración y los primeros aspectos del trabajo de meditación, se apresura grandemente esta coordinación, y es seguida más tarde por la unificación de otro factor con la trinidad del hombre, el factor alma. Este siempre ha estado presente como la mente está siempre presente en los seres humanos (que no sean idiotas), pero está quiescente hasta que llega el momento oportuno y se ha hecho el trabajo necesario. Todo es cuestión de conciencia. Se evidencia por lo tanto que la respuesta a nuestra primera pregunta es:
Primero: Aceptamos la hipótesis de que existe un alma y que esta alma puede ser conocida por el hombre capaz de entrenar y controlar su mente.
Segundo: Con esta hipótesis como base empezamos a coordinar los tres aspectos de la naturaleza inferior y a unificar la mente, las emociones y el cuerpo físico en un Todo organizado y abarcador. Esto se logra mediante la práctica de la concentración.
Tercero: A medida que la concentración se fusiona con la meditación (acto de concentración prolongada) se hace sentir la imposición de la voluntad del alma sobre la mente. Poco a poco, el alma, la mente y el cerebro se ponen en estrecha relación. En primer lugar la mente controla al cerebro y a la naturaleza emocional, luego el alma controla a la mente. Lo primero es consecuencia de la concentración; lo segundo, de la meditación.
De esta secuencia de actividades, el investigador interesado logrará comprender que hay un verdadero trabajo que realizar y que la primera cualidad necesaria es perseverancia. Cabe observar aquí dos cosas que ayudan en la tarea de coordinación: Primero, el esfuerzo para lograr el control de la mente, al intentar llevar una vida de concentración. La vida de consagración y dedicación, tan característica del místico, da lugar a la vida de concentración y meditación, característica del conocedor. La organización de la vida de pensamiento en todo momento en todas partes, y segundo, la práctica de la concentración, regularmente, cada día, a la misma hora si es posible, contribuye a la actitud centralizada, y las dos juntas implican éxito. La primera toma algún tiempo, pero puede iniciarse inmediatamente. La segunda requiere períodos de concentración establecidos, y su éxito depende de dos cosas: regularidad y persistencia. El éxito de la primera depende, en gran parte, de la persistencia, pero también del empleo de la imaginación. Mediante la imaginación asumimos la actitud del Observador, el Perceptor. … No permitimos a nuestra mente divagar a voluntad, o ser impulsada a la actividad por nuestros sentimientos y emociones, o por corrientes mentales del mundo que nos circunda. Nos obligamos a poner atención en todo cuanto hacemos, la lectura de un libro, el desempeño de nuestras tareas en el hogar o en el negocio, la vida social o profesional, la conversación con un amigo, o cualquier otra actividad del momento. Si la ocupación es de tal naturaleza que se puede realizar instintivamente y no exige el uso activo del pensamiento, podemos elegir una línea de actividad mental, o cadena de razonamiento, y seguirla comprensivamente, mientras nuestras manos y ojos están ocupados con el trabajo a realizar.
La verdadera concentración nace de una vida concentrada y regida por el pensamiento. El primer paso para el aspirante es empezar por organizar su vida diaria, regularizar sus actividades de manera que su vida esté centrada y sea unilateral. Esto puede hacerlo quien tiene bastante interés en realizar el esfuerzo necesario y es capaz de llevarlo a cabo con perseverancia. Este es el primer requisito básico; cuando reorganizamos y ajustamos nuestra vida, ponemos a prueba nuestro temple y la fortaleza de nuestro deseo. Se observará que para el individuo de vida centralizada no cabe la negligencia en el deber. Cumple con sus deberes familiares, sociales, comerciales y profesionales, completa y eficientemente, y aún halla tiempo para los nuevos deberes que su aspiración espiritual le impone, porque comienza a eliminar de su vida lo no esencial. No evade ninguna obligación, porque la mente enfocada permite al hombre hacer más cosas que antes, en menos tiempo, y logra mejores resultados de sus esfuerzos. Las personas regidas por sus emociones malgastan mucho tiempo y energía y realizan menos que las personas mentalmente enfocadas. La práctica de la meditación es mucho más fácil para un individuo entrenado en los métodos de negocios y que ha ascendido al rango de ejecutivo, que para el trabajador mecánico irreflexivo, o para la mujer que lleva una vida puramente social o del hogar. Estos deben aprender a organizar sus días y abandonar sus actividades no esenciales. Son los que siempre están demasiado ocupados para todo, y encontrar veinte minutos cada día para la meditación o una hora para el estudio les presenta dificultades insuperables. Se hallan tan ocupados con las amenidades sociales, la rutina del hogar, las innumerables pequeñas actividades y conversaciones sin sentido, que no se dan cuenta que la práctica de la concentración los capacitaría para hacer todo lo que han hecho hasta ahora y más, y hacerlo mejor. Al ejecutivo entrenado, de vida activa y plena, le resulta más fácil encontrar el tiempo extra requerido por el alma. Siempre tiene tiempo para algo más. Ha aprendido a concentrarse y, frecuentemente, a meditar; lo único que necesita es cambiar el foco de su atención.
La respuesta a la segunda de las preguntas, sobre la necesidad de retirarse a la soledad a fin de evocar el alma, nos brinda la oportunidad de una o dos consideraciones interesantes. Del estudio de las condiciones en que se halla el aspirante occidental moderno, se evidencia que debe desechar el cultivo de la naturaleza del alma hasta que pueda adaptarse a la antigua regla de retirarse, o tiene que formular un nuevo método y adoptar una nueva actitud. Muy pocos estamos en posición de renunciar a nuestras familias y responsabilidades y desaparecer del mundo de los hombres para meditar y buscar iluminación bajo nuestro particular árbol Bo. Vivimos en medio de una multitud y una condición caótica que hace imposible toda esperanza de rodearnos de paz y quietud. ¿Es insuperable el problema? ¿No hay manera de sobreponernos a esa dificultad? ¿Tenemos que renunciar a toda esperanza de iluminación porque no podemos (por la fuerza de las circunstancias, el clima y las causas económicas) desaparecer del mundo de los hombres y buscar el reino del alma?
Indudablemente la solución no está en renunciar a las posibilidades de las cuales los hombres de los primeros siglos y razas dan testimonio. Reside en una correcta comprensión de nuestro problema y en el privilegio que tenemos de demostrar un nuevo aspecto de la antigua verdad. Los occidentales pertenecemos a una raza más joven. En el milenario Oriente, unos pocos precursores aventureros buscaron el retiro y nos aseguraron las oportunidades, y salvaguardaron las reglas para nosotros. Protegieron la técnica hasta el momento en que las masas estuvieran preparadas para avanzar en gran número, y no de uno o dos a la vez. Ese momento ha llegado. En medio de la tensión y agitación del moderno vivir, en la jungla de nuestras grandes ciudades, en medio del estruendo y bullicio de la vida y trato social diario, hombres y mujeres en todas partes pueden descubrir y descubren el centro de paz dentro de sí mismos, y pueden entrar y entran en ese estado de positiva concentración silenciosa que les permite llegar a la misma meta, obtener el mismo conocimiento y penetrar en la misma Luz de la cual los grandes Individuos de la raza dieron testimonio. El punto recóndito al que el hombre se retira lo descubre en sí mismo; el lugar de silencio en el cual se establece contacto con la vida del alma, es ese punto dentro de la cabeza donde el alma y el cuerpo se unen, esa región ya referida donde la luz del alma y la vida del cuerpo se fusionan y armonizan. El hombre que puede entrenarse para estar suficientemente centralizado puede retirar su pensamiento a un centro dentro de sí mismo, en cualquier momento y en cualquier lugar. Allí se realiza la gran obra de aunamiento. Implica una atención más dinámica y una meditación más poderosa, pero la raza ha progresado y crecido en poder y fuerza mental durante los últimos tres mil años y puede hacer lo que no era posible para los videntes de la antigüedad.
Extraído de: “Del Intelecto a la Intuición”, Alice Ann Bailey.