¿Cuáles han sido los resultados del proceso de meditación hasta este punto? Podrían enumerarse como sigue:
- La reorganización de la mente y su reorientación.
- La centralización de la atención de un hombre en el mundo del pensamiento en lugar del mundo del sentimiento y desde allí el retiro del foco de atracción desde los sentidos.
- El desarrollo de una facultad de concentración instantánea como preliminar para la meditación, y la capacidad de enfocar la mente indesviablemente sobre cualquier tema elegido. Evelyn Underhill define esta facultad como sigue:
“El acto de concentración perfecta, el apasionado enfoque del yo sobre el punto único, cuando se aplica en ‘la unidad del espíritu y los lazos de amor’ a cosas reales y trascendentales, constituye en el lenguaje técnico del misticismo el estado de meditación o recordación, y… es el necesario preludio de la contemplación pura.”
Entramos ahora en un reino de realización muy disminuido por dos cosas: el empleo de palabras, que sólo sirven para limitar y distorsionar, y los escritos de los místicos mismos que, aunque colmados de maravillas y de verdad, están matizados por el simbolismo de su raza y época y por la cualidad de sentimiento y emoción. Los místicos, por regla general, oscilan entre momentos de alta iluminación o visión y las brumosas planicies de intensos sentimientos y anhelos. Están sometidos al gozo y éxtasis de la realización, que sólo dura un fugaz momento, o a la agonía del deseo de continuar la experiencia. No aparece (en la mayoría de los casos) ningún sentido de seguridad o certeza de repetición, y sólo un anhelo de lograr tal estado de santidad en que la condición pueda estar continuamente presente. En la antigua técnica y en la meditación ordenada que últimamente nos ha legado Oriente, parece posible que mediante el conocimiento del camino y mediante la comprensión del proceso, la experiencia mística puede trascenderse y el conocimiento de las cosas divinas y la identificación con la Deidad interna puede producirse a voluntad. La raza posee ahora el equipo mental necesario, y al método del místico puede agregarse el método del intelecto consciente.
Pero entre la etapa de concentración prolongada, que llamamos meditación, y la de contemplación, de categoría totalmente distinta, llega un período de transición que el estudiante oriental llama “meditación sin simiente”, o “sin un objeto”. No es contemplación. No es un proceso del pensamiento. Eso es pasado, mientras que aún no se alcanza la etapa posterior. Es un período de estabilidad de la mente, y de espera.
La versatilidad de la sustancia mental que se mueve con rapidez y es sensitivamente responsiva puede ser llevada, como hemos visto, a una condición estabilizada, a través de la meditación prolongada. Esto produce un estado de la mente que hace que el pensador no responda a las vibraciones y contactos procedentes del mundo fenoménico externo y del mundo de las emociones, y así hace pasivo al equipo sensorio, el cerebro y esa vasta red entrelazante que llamamos sistema nervioso. El mundo en que el hombre funciona comúnmente queda cortado, no obstante mantiene al mismo tiempo una atención mental intensa y una centralizada orientación hacia el nuevo mundo en el cual eso que llamamos el alma vive y se mueve. El verdadero estudiante de meditación aprende a mantenerse completamente despierto mentalmente, y poderosamente consciente de los fenómenos, vibraciones y estados del ser. Es positivo, activo y seguro de sí, y el cerebro y la mente enfocada están estrechamente coordinados. No es un soñador impráctico, sin embargo el mundo de los asuntos prácticos y físicos es negado temporalmente.
Si el estudiante no es naturalmente de tipo mental positivo, debe emprender junto con la práctica de la meditación algún entrenamiento intelectual serio y persistente (destinado a crear lucidez y polarización mental), de otra manera el proceso degenerará en fantasía emocional o en vacuidad negativa. Ambas condiciones tienen sus propios riesgos y, si se prolongan, tenderán a hacer del hombre una persona impráctica, impotente e ineficiente en los asuntos de la vida diaria. Su vida será cada vez menos útil para sí o para otros. Se encontrará morando cada vez más en incontroladas fantasías irracionales y fluctuaciones emotivas. En tal terreno germinan fácilmente las semillas del egoísmo y florece el siquismo.
La mente, por lo tanto, positiva, alerta y bien controlada, es llevada adelante en alas del pensamiento y entonces se la mantiene firme en el punto más elevado alcanzado. Entonces se produce en la mente una condición análoga a la que se produjo en el cerebro. Se la mantiene en actitud expectante, mientras que la conciencia del pensador se traslada a un nuevo estado de concienciación y llega a identificarse con el verdadero hombre interno y espiritual; lo que se denomina técnicamente la “conciencia perceptora”, espera.
Estas dos etapas de meditación, una de intensa actividad y la otra de una intensa espera, han sido llamadas los estados Marta y María, y la idea, gracias a esta metáfora, se hace un poco más clara. Es un período de silencio mientras algo interno sucede, y es quizás la parte de la técnica más difícil de dominar. Es muy fácil retroceder a la actividad intelectual que implica la meditación común, para quien no ha aprendido todavía a contemplar.
“… Esta espera obligatoria, esta receptividad autoimpuesta, que es la marca distintiva de la etapa de contemplación, no es el fin de la carrera del místico. Es el fin de sus esfuerzos en el sentido de que ya nada puede hacer, sino que está destinada a ceder su lugar a la etapa de éxtasis, cuando las cosas son arrebatadas de manos del individuo y él se convierte en el vehículo de un poder más grande que él mismo. ‘Permanece firmemente en ti hasta que seas arrancado de ti mismo sin acción alguna de tu parte’.”
En contemplación, aparece un agente superior. Es el Alma que contempla. La conciencia humana cesa su actividad y el hombre deviene lo que en realidad es, un alma, un fragmento de la divinidad, consciente de su unicidad esencial con la Deidad. El Yo superior entra en actividad y el yo inferior o personal queda totalmente quiescente y calmo, mientras la verdadera Entidad espiritual entra en su propio reino y registra los contactos que emanan de ese reino espiritual de fenómenos.
El mundo del alma es visto como una realidad; las cosas trascendentales se conocen como hechos en la naturaleza; se comprende la unión con la Deidad como constituyendo un hecho en el proceso natural, tanto como la unión entre la vida del cuerpo físico y ese cuerpo.
La conciencia del hombre, por lo tanto, ya no está enfocada en esa mente expectante, ha cruzado la frontera y entrado en el reino del espíritu, convirtiéndose literalmente en el alma, actuando en su propio reino, percibiendo “las cosas del Reino de Dios”, capaz de comprobar directamente la verdad y consciente, en plena conciencia despierta, de su propia naturaleza, prerrogativas y leyes. Mientras el verdadero hombre espiritual está así activo en su propia naturaleza y en su propio mundo, la mente y el cerebro son mantenidos firmes y positivos, orientados hacia el alma, y según la facilidad con que esto se haga, será la capacidad de ambos de registrar y plasmar lo que el alma esté percibiendo.
En meditación tratamos de recibir impresiones del Dios interno, el Yo Superior, directamente al cerebro físico, vía la mente. En contemplación se penetra en un estado aún más elevado y tratamos de recibir en el cerebro físico aquello que el alma misma percibe cuando mira hacia afuera en esos nuevos campos de percepción.
Extraído de: “Del Intelecto a la Intuición”, Alice Ann Bailey.