“La gradual conquista de la tendencia de la mente a saltar de un objeto a otro (es decir, concentración) y el poder de centralización (esto es, meditación) desarrolla la contemplación.”
El problema es adquirir, en los niveles espirituales, la misma facilidad de percepción alcanzada en los niveles terrenales, teniendo en cuenta que uno de los puntos importantes que debe recordarse es que en ambos casos la triplicidad de alma, mente y cerebro debe desempeñar su parte, pero con diferente orientación y atención. Es una simple cuestión de enfoque. El cerebro actúa de manera casi subconsciente respecto a los instintos y hábitos que guían nuestra vida y apetitos en el plano físico. Mediante correcta educación, aprende a ser receptivo a las impresiones que emanan de la mente, y en lugar de ser sólo un registrador o grabador sensorio, aprende a responder a las impresiones del pensamiento. La mente, a su vez, tiene una tendencia instintiva a registrar toda información externa, pero puede ser entrenada para ser receptiva al alma y para registrar información proveniente de esa fuente superior. Con el tiempo adquirimos facilidad y práctica para utilizar el cerebro o la mente activa o pasivamente, y finalmente producir una perfecta interacción de ellos y por último entre el alma, la mente y el cerebro. Puede resumirse lo acontecido durante las tres etapas consideradas, en las palabras de Patanjali:
“La gradual conquista de la tendencia de la mente a saltar de un objeto a otro (es decir, concentración) y el poder de centralización (esto es, meditación) desarrolla la contemplación.”
Y cuando estos tres se efectúan simultáneamente, se dice que “este triple poder de atención, meditación y contemplación, es más interno que los medios de desarrollo descritos anteriormente”. Es interesante observar que Malaval, en su segundo Tratado, Diálogo III, presenta la misma idea, vinculando la fe, la meditación y la contemplación, como un acto sintético. Los conocedores de Oriente y Occidente piensan de manera similar.
La contemplación ha sido también definida por Evelyn Underhill como la “pausa entre dos actividades”. Durante esta pausa se instituye un nuevo método de conocer y ser. Esta es quizás una de las más simples formas, y la más práctica, de comprender la contemplación. Es el intervalo en que el alma está activa. Esta actividad del alma es precedida por lo que podríamos llamar una actividad ascendente. Se ha aquietado el cerebro físico y se lo mantiene firme; el mecanismo del sentimiento o sensación también ha sido aquietado y ya no se le permite registrar información de su campo común de percepción; la mente ha sido enfocada, y es mantenida activamente pasiva en la luz que irradia el reino del alma. Rechazamos toda información procedente del mundo fenoménico común, lo cual se ha logrado por la adecuada concentración y meditación. Alcanzado esto, tiene lugar el intervalo donde el hombre se conoce a sí mismo como alma, morando en lo eterno y liberado de las limitaciones de la forma. Este intervalo es necesariamente breve al principio, pero a medida que progresa su control, se prolonga. La clave de todo el proceso está en la concentración y atención sostenida de la mente “mientras el alma, el hombre espiritual, el ser que percibe, contempla”.
En un libro anterior he tratado más extensamente el uso de la mente como instrumento del alma, y repetiré un párrafo:
“Sin embargo, debería aclararse que el perceptor en su propio plano ha sido siempre consciente de lo que ahora es reconocido. La diferencia está en el hecho de que el instrumento, la mente, se halla bajo control. Por lo tanto el pensador puede imprimir en el cerebro, por medio de la mente controlada, aquello que es percibido. El hombre en el plano físico también percibe simultáneamente, y es posible por primera vez la verdadera meditación y contemplación. Al principio será durante un breve segundo. Un destello de percepción intuitiva, un instante de visión y de iluminación y todo desaparece. La mente empieza de nuevo a modificarse y a entrar en actividad, pierde de vista la visión, el momento elevado ha pasado y la puerta al reino del alma parece cerrarse repentinamente. Pero se ha obtenido seguridad, registrado una vislumbre de la realidad en el cerebro y reconocido la garantía de una futura realización.”
La segunda actividad concierne a un trabajo dual desarrollado por la mente. Habiéndose mantenido firme en la luz, graba y registra las ideas, impresiones y conceptos que le imparte el alma que contempla, formulándolos en frases y sentencias, erigiéndolos en formas de pensamiento y construyendo nítidas imágenes mentales. Será evidente que para esto es necesario un buen equipo mental. Una mente entrenada, una memoria bien provista y una mentalidad cuidadosamente cultivada facilitarán grandemente la tarea del alma de obtener un correcto registro y una exacta inscripción de su conocimiento. Luego, continuando esta actividad mental, proseguirá el proceso de trasmitir al cerebro expectante y pasivo, la información adquirida.
Cuando el alma ha aprendido a manejar su instrumento, por medio de la mente y el cerebro, aumenta constantemente la facilidad de contacto a interacción directa entre ambos, al punto que el hombre a voluntad puede enfocar su mente sobre las cuestiones terrenas y ser un miembro eficiente de la sociedad, o sobre las cosas celestiales y actuar en su verdadero ser como un hijo de Dios. Cuando esto sucede, el alma utiliza la mente como un agente trasmisor y el cerebro físico está entrenado para responder a lo que se le trasmite. El verdadero hijo de Dios puede vivir en dos mundos a la vez; Él es un ciudadano del mundo y del Reino de Dios. La mejor conclusión de este capítulo serán algunas palabras de Evelyn Underhill:
“La plena conciencia espiritual del verdadero místico no se desarrolla en una sino en dos direcciones aparentemente opuestas pero que en realidad son complementarias… Por una parte es intensamente consciente de que es (y como tal se reconoce) uno con el activo mundo del devenir… En consecuencia, aunque ha roto para siempre las ligaduras de los sentidos, percibe en cada manifestación de la vida un significado sacramental, una belleza, una maravilla, un significado enaltecido que se oculta a otros hombres… Por otra parte, la plena conciencia mística también alcanza aquello que es, creo, su cualidad realmente característica… Desarrolla el poder de captar al Absoluto, al Ser puro, al totalmente trascendente… Esta cabal expansión de conciencia, con su poder dual de conocer mediante la comunión los aspectos temporal y eterno, inmanente y trascendente, de la realidad… es la señal peculiar, el ultimo sigillo del gran místico…”
Consideraremos a continuación el resultado de esta dual actividad y facilidad para la interacción. La intuición empieza a actuar; se experimenta la iluminación, y debe estudiarse la vida de inspiración, con sus numerosas características especiales, y esto lo intentaremos en el siguiente capítulo.
Extraído de: “Del Intelecto a la Intuición”, Alice Ann Bailey.