A esta altura de nuestro argumento, y siendo quizás de valor dilucidar el tema de este libro, parecen necesarias ciertas proposiciones, y son tres:
Primero: En el largo proceso evolutivo que ha elevado al hombre de la etapa animal a la del ser humano, descubrimos que hemos llegado a la fase en que es consciente de sí mismo. Permanece en el centro de su propio mundo y el universo gira a su alrededor. Todo lo que ocurre se relaciona con él y sus asuntos, siendo el factor importante y el efecto que la vida y las circunstancias producen sobre él.
Segundo: A medida que el hombre acrecienta su conocimiento y percepción intelectual, el cerebro y la mente se coordinan. El primero es simplemente la herramienta o instrumento de los instintos entrenados y de la mente controlada, la cual extrae, de lo que se ha llamado “el contenido del subconsciente”, de la memoria activa y del medio ambiente, lo que necesita para llevar adelante el proceso de vivir en un mundo exigente. El hombre se convierte en un ser humano eficiente y útil, y ocupa su lugar como célula consciente en el cuerpo de la humanidad. Comienza a comprender algo de las relaciones grupales, pero hay algo más.
Tercero: Desde las primeras etapas de la existencia humana hasta la del hombre superior altamente coordinado, ha existido siempre una conciencia de algo diferente, de un factor que está más allá de la conocida experiencia humana, y de una meta, búsqueda o deidad. Esta percepción sutil o indefinible surge inevitablemente y hace que el hombre avance y busque aquello que ni la mente (como él la conoce) ni sus circunstancias y medio ambiente parecen capaces de darle. A esto se lo puede denominar la búsqueda de certidumbre, un esfuerzo por lograr la experiencia mística, o el impulso religioso. Mas sin importar cómo lo denominemos, está infaliblemente presente.
Estas tres proposiciones delinean someramente el camino que el hombre ha recorrido en su conciencia. Representan la condición en que se encuentra un vasto número de seres humanos en la actualidad —eficientes, intelectuales, bien informados, responsables, pero al mismo tiempo, descontentos. Dudan del futuro o enfrentan la inevitabilidad de la muerte; anhelan avanzar hacia una conciencia más amplia, llegar a una seguridad de las cosas espirituales y a la Realidad final. Este impulso hacia una comprensión y conocimiento más amplios está siendo demostrado en gran escala en la actualidad, y la secuencia del crecimiento evolutivo, ya establecido, aparentemente persiste y deberá persistir, si queremos agregar otro reino o estado de conciencia a los ya alcanzados.
En este punto todas las grandes religiones del mundo ofrecen al hombre una senda de conocimiento y un proceso de desenvolvimiento que puede apresurar, y apresura, el trabajo de desarrollo. El Dr. Otto dice que el hombre “debe ser guiado y conducido a través de los caminos de su propia mente, por la consideración y discusión de los temas, hasta llegar a un punto en que lo ‘numinoso’ en él, empiece forzosamente a vibrar y a iniciar la vida y la conciencia.”
La palabra “numinoso”, se nos dice, proviene del latín numen, que significa poder divino sobrenatural. Significa “la captación religiosa específica no racional y su objeto, en todos sus niveles, desde los primeros movimientos imperceptibles donde la religión apenas puede decirse que existe hasta las formas más excelsas de la experiencia espiritual”.
El hecho primario es la confrontación de la mente humana con un Algo, cuyo carácter se aprende sólo gradualmente, pero que desde el principio se siente como una presencia trascendente, “el más allá”, hasta que es sentida como “el hombre interno”.
Mediante la atención al propósito de la vida, mediante la concentración sobre el trabajo de la vida, mediante el vivo interés en las ciencias que ocupan la atención de nuestras mejores mentes, y mediante la meditación, tal como la practican algunos en la esfera religiosa, muchos han alcanzado ese punto en que ocurren dos cosas: una, la idea de lo santo, del Ser y de la relación con ese Ser penetran como factores dominantes en la vida; la otra, que la mente comienza a manifestar una nueva actividad. En lugar de registrar y acumular en la memoria los contactos que los sentidos han comunicado, y de absorber esa información que constituye, por medio de libros y de la palabra hablada, la herencia cotidiana, se reorienta hacia un nuevo conocimiento y empieza a extraer de nuevas fuentes de información. El instinto y el intelecto han efectuado su trabajo; ahora la intuición comienza a desempeñar su parte.
Llegamos a este punto por el trabajo de meditación que hemos estado considerando y para el cual la educación de la memoria y la clasificación del conocimiento mundial nos ha preparado. … Para muchos miles, en consecuencia, se impone un nuevo esfuerzo. ¿No es posible, quizás, que para esas almas que vienen hoy al mundo de la experiencia, la antigua educación con su entrenamiento de la memoria, sus libros y conferencias, y su apropiación de supuestos hechos, se haya vuelto insuficiente? Para ellos debemos o formular un nuevo método, o modificar la técnica actual y de este modo encontrar tiempo para el proceso de reorientación de la mente que permitirá a un hombre ser consciente de más campos de conocimiento de los que ahora contacta.
Ante el hombre se presenta hoy la conquista del reino del alma. Se acerca el día en que la palabra Sicología retornará a su significado original. La educación tendrá entonces dos funciones. Preparará al hombre para manejar sus contactos mundanos con máxima eficiencia y utilizar inteligentemente ese equipo que los sicólogos conductistas tanto han hecho para explicar, y también lo iniciará en el reino que los místicos siempre testimoniaron y del cual la mente —correctamente utilizada— tiene la llave.
En el proceso de meditación hasta esta etapa, ha habido una intensa actividad y no una condición de quietud, de negatividad o de receptividad pasiva. El cuerpo físico ha sido olvidado y el cerebro mantenido en un estado de receptividad positiva, preparado para entrar en acción impulsado por la mente cuando ésta dirija su atención hacia abajo. Debe recordarse que al emplear expresiones tales como “hacia arriba” y “hacia abajo”, “superior” e “inferior”, hablamos simbólicamente. Una de las primeras cosas que el místico aprende es que en la conciencia no existen dimensiones y que lo “dentro” y “fuera”, lo “superior” y lo “inferior”, son sólo figuras del lenguaje, mediante las cuales se trasmiten ciertas ideas respecto a condiciones de concienciación realizadas.
El punto que ahora hemos alcanzado nos lleva al borde de lo trascendental. Seguiremos basados en la hipótesis. Lo tangible y objetivo se olvida momentáneamente y ya no absorbe la atención, y tampoco ningún tipo de sensación constituye el objetivo. Por el momento, toda índole de sensación debe rechazarse. Pequeñas molestias y cosas por el estilo deben, junto con la pena, ser olvidadas, y asimismo la alegría, pues no buscamos “consuelo de la religión”. La atención está enfocada en la mente, y las únicas reacciones que se registran son mentales. El pensamiento ha dominado la conciencia durante la etapa de “meditación con simiente” o con un objeto, pero ahora hasta esto debe desaparecer. Según dice un escritor místico: “¿Cómo podré poner la mente fuera de la mente?”. Dado que mi objetivo no es ni sensación ni sentimiento, tampoco es pensamiento. Aquí está el obstáculo más grande para llegar a la intuición y al estado de iluminación. No debe prolongarse por más tiempo el intento de mantener algo en la mente, ni tampoco pensar en nada. Debe dejarse de lado el razonamiento y ocupar su lugar el ejercicio de una facultad superior hasta entonces probablemente no utilizada. El pensamiento simiente ha atraído nuestra atención y despertado nuestro interés, y éste se ha sostenido durante la fase de concentración. Se prolonga también durante la contemplación, siendo la iluminación el resultado de esta última. Tenemos aquí un breve resumen de todo el proceso: Atracción, Interés, Atención Concentrada y prolongada Reflexión centralizada, o Meditación.
Extraído de: “Del Intelecto a la Intuición”, Alice Ann Bailey.