Alice A. Bailey en su Autobiografía Inconclusa, publicada en1951, narra la historia de los años dedicados al trabajo telepático que realizó juntamente con El Tibetano. Relata el primer contacto establecido con él en el plano físico, que tuvo lugar en California, en noviembre de 1919. El trabajo proyectado debía abarcar un período de treinta años. Treinta y tres días después de finalizar dicho período, Alice A. Bailey se liberó de las limitaciones del vehículo físico. La Autobiografía contiene además ciertas declaraciones hechas por El Tibetano respecto a su trabajo y explica algunas de las razones por las cuales fue emprendido. Durante las primeras etapas se debía poner cuidadosa atención a esas condiciones imperantes en el plano físico que aseguraran mejor el éxito del proceso telepático. En años posteriores la técnica llegó a ser tan perfecta y el mecanismo etérico de Alice A. Bailey estaba tan finamente sincronizado y ajustado que prácticamente el proceso no exigía esfuerzo alguno, quedando así demostrada, en grado sumo, la realidad y utilidad práctica del intercambio telepático. En muchos casos, la mente concreta inferior (frecuentemente restringida por el idioma) al exponer verdades espirituales se veía obligada a expresar ideas abstractas y conceptos sobre realidades espirituales hasta ahora desconocidas. Repetidas veces se les ha prevenido, a quienes leen libros recibidos telepáticamente, respecto a las limitaciones que existen para expresar la verdad, lo cual frecuentemente se olvida. Su constante repetición constituirá en el futuro uno de los principales factores que evitará la cristalización de la enseñanza y que esta se convierta en otro culto sectario y dogmático. Este Tratado sobre Fuego Cósmico se publicó en inglés en 1925; constituyó el tercer libro escrito en colaboración, e inherentemente evidencia que perdurará como lo más importante y de mayor trascendencia de la enseñanza impartida durante treinta años, a pesar de la profundidad y el valor contenidos en la serie de tomos titulados Tratado sobre los Siete Rayos o en otros de sus libros. Durante ese extenso período de trabajo, El Tibetano y Alice A.Bailey, lograron armonizar en tal forma sus mentes que constituían —en lo que se refiere a la mayor parte de la enseñanza impartida— un solo y recíproco mecanismo de proyección. Hasta el final de sus días Alice A. Bailey solía referirse a la admiración que le causaba lo que pudo columbrar a través de la mente de El Tibetano, respecto a las limitadas perspectivas de las verdades espirituales, que de otra manera no hubiera podido obtener y cuya cualidad le era imposible describir. Esta experiencia constituyó la base de su frecuente y a menudo incomprendida expresión de que todas las enseñanzas que ayudaba a difundir eran tan sólo el abc del conocimiento esotérico, y que en el futuro abandonaría cualquier enunciado de la presente enseñanza si hallaba otra mejor y más profundamente esotérica. A pesar de la profundidad y claridad de la enseñanza contenida en los libros publicados bajo su nombre, las verdades expuestas en ellos son muy parciales y sujetas a revelaciones y expansiones posteriores; recordar constantemente este hecho, proporcionará una segunda defensa contra esa cualidad de la mente concreta que continuamente tiende a producir sectarismos. Al iniciarse este esfuerzo unido y después de una concienzuda consideración, El Tibetano (D.K.) y A.A.B. decidieron que ella, como discípulo activo en el plano externo, fuera quien se hiciese cargo, en lo posible, de la responsabilidad kármica en dicho plano, y presentara la enseñanza al público bajo su nombre. Dicha decisión involucraba la responsabilidad de dirigir el campo esotérico, lo cual desencadenó el ataque y la censura de algunas personas y organismos cuyas actitudes y actividades eran autoritarias y de mentalidad pisciana. La actitud adoptada por ambos permitió eliminar la estructura limitada sobre la cual se apoyaba la enseñanza esotérica, su misterio, espejismo, pretensión e impracticabilidad. Su posición contra las aseveraciones dogmáticas ha ayudado a establecer una nueva era de libertad mental para los estudiosos de las progresivas revelaciones de la Sabiduría Eterna. El antiguo método de establecer la verdad aceptando y comparando los nuevos postulados con las doctrinas establecidas previamente es, sin lugar a dudas, de utilidad para entrenar la mente, pero se está superando en forma gradual. En su lugar surge, en los campos de la religión y la filosofía, una nueva capacitación para adoptar una posición más científica. La enseñanza espiritual se aceptará cada vez más como hipótesis, pero no será comprobada por el estudio, por su base histórica ni por su autoridad, sino por las consecuencias que sus efectos producen en la vida y por su valor práctico para resolver los problemas de la humanidad. Hasta ahora la enseñanza esotérica más avanzada se obtenía únicamente cuando el estudiante aceptaba la autoridad del instructor, le prometía cierta obediencia personal y se comprometía a guardar silencio. A medida que progresa la nueva dispensación acuariana, dichas limitaciones van desapareciendo. Se mantiene la relación personal entre el discípulo y el Maestro, pero ya ha comenzado el entrenamiento del discipulado en forma grupal. La historia de este experimento y el intento de utilizar el método de la nueva era se hallan expuestos al público en el libro titulado Discipulado en la Nueva Era, el cual contiene las instrucciones dadas personalmente por El Tibetano a un seleccionado grupo. En este Tratado sobre Fuego Cósmico El Tibetano nos ha dado lo que profetizó H. P. Blavatsky, a saber: la clave sicológica de la Creación Cósmica; H.P.B. afirmó que en el siglo xx aparecería un discípulo que daría la clave sicológica de su obra La Doctrina Secreta, en cuya monumental realización El Tibetano prestó su colaboración; Alice A. Bailey efectuó su tarea con pleno conocimiento de la parte que le correspondía en esta secuencia.
Foster Bailey
Tunbridge Wells.
Diciembre 1950.